DIFUMINADO
DIFUMINADO
El
viejo Voltaire, frío y duro en su pedestal, observa la escena con su eterna
sonrisa pícara. Se oye solo la voz que cuenta la tragedia de moda, el aleteo de
los abanicos, el frufrú de los vestidos de las damas y el cuchicheo afeminado
de los petimetres.
Yo soy
ese que apenas se ve, medio difuminado, detrás del caballero con el codo apoyado
sobre el busto del Patriarca de Ferney. Parezco aburrido porque estoy aburrido.
Madame Geoffrin ha tenido a bien invitarme a la velada por estar emparentado en
grado lejanísimo con ella. Sin embargo, no me ha hecho caso en toda la tarde. Lo
mejor del París elegante (al que tanto odio) está reunido en este salón colmado
de cuadros: nobles, prelados, filósofos, poetas, aventureros con títulos nobiliarios
apócrifos, artistas y damas de corazón frío y entrepierna cálida.
Todas
mis esperanzas se concentran en la enorme puerta cerrada a mis espaldas. Si
pudiera abrirla y escabullirme de esta sofocante pantomima sería, de nuevo,
feliz.
Ya
tengo el picaporte de la puerta en mi mano. Me pregunto si los goznes estarán
bien engrasados…
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