DE AQUELLA VEZ QUIE ME CAÍ EN UNA LAVADORA Y OTRAS TONTERÍAS DE VERANO

 



Nota: si detecta alguna falta de concordancia, se me olvida una s o alguna otra desgracia irreparable, por favor, sea usted indulgente:  estos textos se escriben de un tirón, como forma lúdica de lucha contra el tedio y no suelo revisarlos demasiado, la verdad sea dicha. Lo digo por si alguna listilla ( o listillo ) de los cojones desea aportar absolutamente nada señalando algún desliz ortográfico. Una vez dicho esto, como diría Stendhal: "Y después de tantas consideraciones generales, voy a nacer".


Tendría cuatro o cinco años aquella vez en que me caí (o me tiré, quién sabe) dentro de una lavadora. Este acontecimiento merece una explicación previa de tipo logístico: la lavadora que tenía mi madre era un modelo anterior a las primeras de puerta frontal, es decir, disponía de una tapa arriba del todo por donde se depositaba la ropa, careciendo de tambor propiamente dicho. Un motor de aspas negras removía la ropa desde el fondo durante un buen rato y después se extraía la ropa y se tendía, sin el paso previo del centrifugado.

    Mi madre asegura que yo no era malo de pequeño, sino travieso, más bien del tipo "tocacojones"; un "jurguilla" inquieto y vivaz, que dedicaba sus días a investigar en la cocina mezclando la sal con el azúcar, los garbanzos con las lentejas y putadas de ese tipo. Una joyita, vamos. Entre las particularidades de mi carácter se encontraba mi irrefrenable pasión por el agua, que llegaba a niveles de hartazgo para toda la familia. Según mi madre (y refrendado por el resto de la familia), me tiraba horas en la playa combatiendo contra las olas hasta que tenían que secuestrarme dentro de una toalla y meterme en el coche de vuelta a casa. Parece ser que la cosa llegaba a tal extremo que solía colocarme debajo de la ropa tendida esperando a que las gotas de agua jabonosa que se precipitaban por las prendas cayeran en mi boca anhelante de agua. Una "chalaúra", vamos. Y esto lo cuenta alguien a quien hay que arrastrar literalmente de las orejas para ir a la playa o la piscina, así que ya pueden ustedes comprobar el nivelito.

    Pues sepa usted que aquel día me encontraba contemplando el movimiento rítmico de la ropa al compás marcado por el motor de aspas negras. Por aquella época, teníamos al fondo de la casa un patio que después convertimos en cocina. Y al fondo del patio se encontraba la lavadora. 

    La máquina efectuaba un soniquete repetitivo de carácter metálico y se balanceaba levemente, produciendo un temblor agradable en mis brazos cuando me agarraba a ambos lados de la puerta abierta. Junto a la lavadora, mi madre había colocado un taburete para apoyar el canasto de la ropa y aliviar así un poco la ardua tarea de la colada. La cosa es que me subí al taburete y me dediqué no sé cuánto tiempo a observar la cadencia de los vaqueros, las camisetas y camisas o los calzoncillos girando y girando y girando y girando...

    Creo firmemente en el sexto sentido de las mujeres. Lo creo como creo en la Gravedad o en la superioridad de Michael Jordan como jugador de baloncesto sobre cualquier otro pavo que haya jugado al básquet. Así que creo a mi madre cuando asegura que, estando en el salón haciendo alguna tarea, tuvo un pálpito. Es algo que muchas otras mujeres refieren: el niño (o la niña) no hace ruido y eso es algo malo; perciben algún tipo de señal interna difícil de justificar científicamente y van a comprobar cómo o dónde está el zagal, con quién, por qué, etc. Mi madre se dirigió al patio y al principio se asustó al no verme, pero después de un par de segundos de incertidumbre consiguió encontrarme. Y lo que vio fue más o menos esto:


Representación gráfica de lo que vio mi madre aquel día. Cortesía de mi hijo Pablo (5 años). Disculpen que haya escrito lavadora con "b", sean compasibos... perdón, compasivos.




Lo que viene después pueden imaginarlo: mi madre me sacó de allí y me llevaron al médico. Resulta que no había tragado ni una gota de agua. Hasta al médico se le quedó cara de pasmo. Con toda seguridad me salvé para el mundo de los vivos porque la lavadora estaba cargadita de ropa y ello amortiguó la caída y evitó que las aspas del motor me machacaran la cabeza. Una suerte para el mundo del arte, estarán de acuerdo conmigo 😁.

Y, a veces, me pregunto: ¿fue aquello un accidente o me precipité conscientemente al abismo, deslumbrado por la cadencia rítmica de la ropa dentro de la lavadora? ¿Me enfrenté sin saberlo al famoso aforismo de Nietzsche: "Y si miras por largo tiempo al abismo, el abismo también mirará dentro de ti"

Pues ya está, aquí acaba esta historia veraniega. El título aludía a "y otras tonterías de verano", pero ya está bien de tonterías por hoy, que hace más calor que vigilando un puchero.









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