PERSONAJE EN BUSCA DE UNA HISTORIA


           


No tengo ni idea de quién soy. Solo sé que he llegado con retraso. Ni siquiera reconozco qué terminal es esta. No hay más seres vivos; al menos, eso parece. Desde donde me encuentro no puedo asegurarlo. Pero algo me dice que estoy solo. Contemplo las pantallas que informan de las cancelaciones, los retrasos o las puertas por donde acceder a los aviones; ni rastro de seres humanos. Huele a café, a magdalenas y a comida italiana. Cerca de mí hay una tienda de gafas de sol, una boutique Ralph Lauren, una papelería, dos cafeterías, una juguetería, una tienda Adidas, un local de decoración y una joyería. Las escaleras mecánicas permanecen quietas; los ascensores transparentes no se mueven. El sol se cuela por los grandes ventanales del aeropuerto de... ¿Qué ciudad es esta?

    Mis rasgos faciales no resultan concretos; no puedo verme la cara, ni el color de los ojos; puede que mi nariz sea grande y ganchuda, o pequeña y respingona; ¿será mi frente amplia y despejada? ¿tendré arrugas? ¿mis labios son sensuales y rojos? ¿o bien delgados y exangües? No podría decirlo aunque quisiera. Soy incapaz de aseverar si parezco un hombre guapo o feo. Podría ser joven o bien un cincuentón con problemas de artritis reumatoide. Entiendo que voy vestido, pero ignoro cómo. Solo sé lo de la chaqueta marrón. Imagino que llevo pantalones y una camisa o camiseta. Es probable que mi ropa informe de mi profesión, estatus social o gustos concretos sobre arte, literatura o deportes; de nuevo, me resulta imposible aseverarlo.

            ¿Quién soy? ¿A qué me dedico? Podría ser médico, o ejecutivo de una compañía de refrescos; igual trabajo barriendo calles o recogiendo frutas en los campos. Las opciones son tantas como cualquier imaginación pudiera construir: actor porno en pleno ocaso, fontanero de las estrellas de Hollywood, electricista en Dubái, conductor de autobuses en el extrarradio de Lima, catedrático de semiótica por la universidad de Sevilla, policía secreta en una república bananera, traficante de drogas en plena crisis espiritual, saltimbanqui con problemas de sobrepeso, astronauta terraplanista, barbero judío en negociaciones con su reciente agente literario, feriante en busca del sentido de la vida, técnico de lavadoras con bromhidrosis, mayordomo del Maharajá de Jaipur, domador de leones acondroplásico o comerciante de caballos ávido de amor. El autor no lo ha dejado claro. Ha escrito “El hombre de la chaqueta marrón llegó al aeropuerto con retraso” y me ha dejado aquí mismo, plantado en medio de ningún sitio. Espero que vuelva pronto al trabajo. 

    No me gusta estar aquí, como un personaje en busca de una historia.

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