FUERTE DE LA NAVIDAD

 

Grabado para la edición de "Vida y obras de Cristóbal Colón" (1851)
Fuente: Wikipedia



El 26 de diciembre de 1492, Cristóbal Colón ordenó construir con los restos de la Santa María, que había embarrancado la noche del 24 al 25 de diciembre, el llamado "Villa Navidad" o "Fuerte Navidad", cuyo nombre obedecía a motivos obvios.

Allí dejó a 39 hombres al emprender el viaje de vuelta a España, en los primeros días de enero de 1493. A finales de noviembre de 1493, al volver por segunda vez (esta vez convertido en héroe y al mando de 17 barcos y 1500 hombres), Colón encontró el fuerte incendiado y ningún superviviente. Es bastante probable que nuestros barbudos y harapientos paisanos, sedientos de riquezas y mujeres, se hubieran excedido con los habitantes de la zona, lo que provocó, a buen seguro, la respuesta airada de los indígenas. 

Mapa de La Española dibujado por Colón
Fuente: Wikipedia


Que no haya 1000 películas sobre este acontecimiento es algo que siempre me ha sorprendido. En cualquier caso, hace unos años escribí una breve pieza sobre este suceso. De forma sorprendente para mí, la poesía, siendo una forma literaria que no suelo utilizar de manera habitual (afortunadamente para el público), se impuso sobre las demás ideas y de ahí surgió este poema, que juega con la idea del hallazgo de un documento (apócrifo, por supuesto) en el que pueden leerse los desesperados y coléricos versos escritos por uno de los infaustos 39 que vieron las popas de la Niña y la Pinta alejarse en dirección a España, aquel 4 de enero de 1493, con la orden de aguardar al regreso del Almirante.

Como nota curiosa, leí este poema subido a un escenario a los pies del Monumento a la Fe Descubridora o Monumento a Colón, en la Punta del Sebo, en Huelva, durante las celebraciones del Día del Autor Onubense de 2019 (DAO), una iniciativa que se echa de menos, por cierto.



FUERTE DE LA NAVIDAD

Hallado entre los rescoldos del Fuerte de la Navidad, el 29 de noviembre de 1493.

Para ti la gloria y el oropel,

oh, Almirante;

Quédate la inmortalidad ilusoria, la grandeza

y el esplendor fabuloso de estas tierras ignotas.

Tuyo es el elogio de los reyes

la alabanza de las masas

y la veneración bizantina de los menesterosos.

Todo ello te pertenece,

oh Almirante;

Elevarán altares en tu nombre, bandido genovés,

glosarán tus hazañas los poetas, sutil mercenario.

La fría piedra será la atalaya

desde la que señales tu propia ignominia.

Aquí nos dejaste,

a los 39,

varados en una tierra vil,

cautivos en un fuerte de maderos podridos,

sin un dios al que encomendarnos por caridad,

con la vana promesa de fortuna y gloria.

Te llevaste la Pinta y la Niña cargadas de fruslerías,

“hombres desnudos”, pájaros imposibles y oro,

de vuelta a las faldas de la católica.

Y aquí nos dejaste,

condenados a nutrir las almas de los salvajes.

Para ti la gloria y el oropel

y para nosotros la muerte,

oh Almirante.

                                         

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