¿CIVILIZADOS O CONDENADOS?

      

                                       


                                   

¿Y si la civilización fuera lo peor que le ha pasado al Homo Sapiens en sus 200.000 años de vida sobre el planeta Tierra?

Lo sé, lo sé, igual me he pasado un poco, pero es que no es esta una afirmación mía, sino de Christopher Ryan, quien ya la lio hace diez años con el libro “En el principio era el sexo” y que hoy, diez años después, vuelve a hacerlo con el magnífico “Civilizados hasta la muerte” (Capitán Swing, 2020), un ensayo demoledor y extraordinariamente bien documentado, escrito como deben escribirse estos ensayos de antropología social: para que los entendamos.

 

Aquí el amigo Ryan
                                        


                                                
 

Esta es la premisa de Ryan: la civilización es la culpable de la decadencia humana. En este presupuesto se asienta el eje sobre el que se articula el ensayo. Iremos por partes para tratar de entender de qué va todo esto.

Con un margen de error casi irrelevante estoy seguro de que si pensáramos en el ser humano de hace 45.000 años, a todos se nos vendría a la cabeza una imagen similar: unos bichos peludos que viven en cuevas, alrededor de un gran fuego, hablando entre gruñidos, hiper violentos y sexualmente agresivos, comiendo carne de mamut y pintando las paredes de la cueva con alguna tintura vegetal. Más o menos lo que nos enseñó Jean Jacques Annaud en “En busca del fuego” (1981). Imaginamos a estos seres en una feroz y constante guerra contra otras tribus, pasando períodos de escasez y hambre, sucios, depravados…animales deshumanizados con algunas características humanas.

                        

Más o menos esto, ¿verdad?

                                

Pues bien, según el relato histórico contemporáneo, lo mejor que pudo pasarles a estas comunidades primitivas de cazadores-recolectores fue el desarrollo de la agricultura y la ganadería. Estos dos milagros evolutivos trajeron un tercero: el excedente; y a partir de ahí la fiesta eterna: organización estatal, división del trabajo, riqueza, desarrollo, tecnología, metalurgia, monogamia, religiones monoteístas… o no.

              

La civilización fue la fiesta eterna, chavales

                  

Ryan culpa a la civilización derivada del desarrollo de la agricultura de casi todos los males actuales. Y lo hace dando infinidad de ejemplos y datos contrastados. Según su análisis, resulta que no, que la civilización no nos ha hecho mejores, sino infinitamente peores en todo. El mismo autor reconoce que sus afirmaciones son un sapo difícil de tragar. Sobre todo, porque en nuestra psique está grabado a fuego la idea de que la civilización nos ha traído el progreso perpetuo, es decir, el mantra de que cada generación vive mejor y en mejores condiciones de salubridad, riqueza y libertad que la anterior.

La agricultura y la ganadería crearon, según el autor de este ensayo, la incertidumbre en la cual habita el ser humano desde hace unos pocos miles de años: una dieta equilibrada basada en frutos, vegetales y, ocasionalmente, carnes y pescados, dio paso a una dieta empobrecida basada en los cereales, con el déficit alimentario que ello supone. La mujer perdió (sería más justo decir que “le fue arrebatado”) su lugar de igualdad junto al hombre y comienza a ser contemplada como un producto de consumo; la horizontalidad e igualitarismo de las sociedades preagrícolas desaparece en detrimento de una nueva organización política, económica y social vertical, injusta y desequilibrada. La colaboración tornó en individualismo, la espiritualidad se transformó en religiones organizadas creadas para controlar la voluntad individual y la naturaleza se convirtió en un lugar hostil del que se empieza a huir en vez de pertenecer a él.

Christopher Ryan nos demuestra que las sociedades preagrícolas eran menos agresivas de lo que nos habían dicho, con muchísimos menos episodios bélicos y con un nivel de mortalidad menor que el asumido por el círculo académicos. Además, el continuo desarrollo tecnológico nos ha conducido a un mundo en el que existen microondas dirigidos por la voz, pero en el que ya no tenemos tiempo para contemplar un atardecer sin sentirnos culpables por no estar siendo productivos.

       

 ¿Existe, pues, alternativa? ¿Existe futuro para el Homo Sapiens? En mi opinión, sí. De hecho, una de las primeras acciones que deberíamos tener en cuenta es leer libros como este; informarnos, indagar, reflexionar, cuestionarnos todo aquello que hemos asumido como absoluto. Si observamos a los grandes imperios de la historia, todos colapsaron en lo más alto de su poder, en la cima de su poderío tecnológico, que es, precisamente, el momento en el que más trabajo cuesta darse cuenta de que las bases de sus estructuras políticas, económicas y sociales eran, en realidad, profundamente más frágiles.

           

El Homo Sapiens en su encrucijada

Y en segundo lugar: transformar (esto es lo más difícil). Transformar nuestra relación con el medio ambiente, con los medios de producción, con los desequilibrios sociales, con la alimentación, con nuestra propia especie, con nuestro futuro, con nuestro pasado…

Leed este magnífico libro de Christopher Ryan, os lo aconsejo encarecidamente. Puede que no cambies ninguna de tus actitudes, pero al menos te hará reflexionar, te permitirá hacerte preguntas sobre ti mismo y sobre tu lugar en el planeta y como miembro de esta maravillosa especie llamada Homo Sapiens.

      Calificación:         5 estrellitas le damos al libro

          

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