A PUBLICAR, A PUBLICAR , HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR

                       



"Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien - ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si su móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiere y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Sí debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida".

He vivido la mayor parte de mi vida adulta con el anterior párrafo en la cabeza, dando vueltas. Rilke le dio este consejo al joven poeta de "Cartas a un joven poeta", Franz Xavier Kappus, en la primera misiva que el poeta alemán envía a un joven Kappus, reacio, en principio, a continuar la carrera militar a la que acaba de incorporarse. Es una gran cuestión, una de las más importantes que pueda uno hacerse. Llevo haciéndome esta pregunta años y años: ¿Podría vivir sin escribir? Y la respuesta es siempre la misma: podría sobrevivir, seguir adelante, medrar incluso, pero no vivir, al menos no con plenitud faltaría algo, un pieza insustituible y necesaria, la clave sobre la que se asienta mi existencia, por decirlo de forma algo pretenciosa. Y de esta manera he continuado mi vida, examinando de tanto en tanto mi “sí debo” al que se refiere Rilke en su carta.


Pero el motivo de esta entrada no es mi “vocatio”, ni hablar de mí (al menos, no directamente), sino de la radical transformación del mundo editorial en los últimos años, en los que publicar un libro ha dejado de ser un medio, para convertirse en un fin en sí mismo. Veamos a qué diablos me refiero.

Cuando yo era jovencito, mi idea de publicar culminaba un proceso de formación mediante el cual uno accedía a la posibilidad de iniciar una carrera literaria. Es decir, la publicación constituía un medio, un vehículo para comenzar a escribir de forma profesional. 




La sucesión de acontecimientos (en mi imaginación) funcionaba más o menos así:

1. Escribías tu manuscrito.

2. Mandabas el manuscrito a la editorial para su consideración.

3. Recibías respuesta después de varios meses.

4. Si la respuesta era afirmativa, la editorial te hacía firmar un contrato, publicabas tu novela, cuentos, poemas o lo que fuera y a esperar reseñas positivas, buenas ventas, entrevistas, etc.

5. Si la respuesta era negativa, venía acompañada de los motivos por los cuales había sido rechazado el trabajo, en una carta escrita desde el respeto y la consideración y seguías intentándolo, o bien enviando tu manuscrito a otra editorial, o empezando otra novela, otros cuentos, etc., con los consejos editoriales en cuenta para mejorar tu estilo.

Esto es lo que creía yo, mientras escribía cuentos, de noche y de madrugada, en una casa de 52 metros cuadrados y 8 miembros de familia, aporreando una Olivetti lettera 32 de color verde, sintiéndome el heredero de la llama literaria, tan alucinado estaba por aquella época. La realidad, como siempre, funcionaba de forma un poco distinta. Las editoriales, ya en aquella época, no daban abasto con la cantidad de manuscritos recibidos. Yo me veía como el único joven de 18 años aspirante a escritor y resulta que en cada pequeño pueblo de España había 3 o 4, como mínimo, con las mismas ínfulas que yo.

Olivetti Lettera 32


Poco después descubrí que había otra fórmula para conseguir tener una carrera como escritor: los certámenes literarios. Había leído en varias ocasiones la historia de jóvenes como yo, inflamados de literatura, que habían ganado un montón de concursos literarios y alguna editorial se había fijado en ellos, fichándolos para su sello. El caso paradigmático era Juan Manuel de Prada. De modo que comencé a mandar cuentos a algunos certámenes, con la certeza de que los jurados se darían cuenta inmediatamente de mi calidad y me premiarían día sí y día también. Estamos hablando aquí de 1992 o 1993. Pero tampoco ocurrió así, ni mucho menos. El mundillo de los certámenes literarios permanecía vedado también para mí. Así que, durante muchos años, asumí que el mercado editorial jamás me aceptaría, que no había carrera de escritor para mí. Pero no paré de escribir (tuve altibajos de diversa duración, pero nunca dejé de “respirar” como escritor), aunque asumiese mis mínimas posibilidades de publicar alguna vez. Es decir, no necesitaba ver mis cuentos publicados, sino continuar haciendo lo que necesitaba hacer, aunque nunca nadie lo leyera.

Pero algo ha ocurrido en España en los últimos 15 años. Algo difícil de explicar desde la sensatez y el sentido común, pero que ha transformado el panorama literario. Mientras los índices de lectura son más y más bajos (el porcentaje en 2019 de personas que no leían nunca o casi nunca era del 36% de la población adulta), los números de publicaciones son mayores. Por poner un ejemplo: el número de ISBNs (el identificador de cada libro publicado, una especie de “matrícula” del libro) concedidos en 2013 fue 76.803, mientras que en 2019 fue 90.073. Fuente

El número de empresas editoriales también se ha incrementado, pasando de 3.112 en 2018 a 3169 en 2019, aunque no llega a las 3564 de 2009. Aquí los datos  

Y la mayor peculiaridad está en el crecimiento exponencial de pequeños sellos editoriales y empresas de autoedición, edición compartida, etc. Estas pequeñas empresas (algunas en franco crecimiento o absorbidas por editoriales grandes) han producido un impacto nunca visto antes en el mercado editorial. Por otra parte, las redes sociales han aterrizado para cambiar las reglas del juego, llegando incluso a competir seriamente con las editoriales como plataforma para experimentar la literatura (de calidad y juicios estéticos no hablamos) o como responsables del descubrimiento de nuevas "estrellas" literarias. Facebook, Instagram o Twitter han servido de escaparate para la explosión de miles de personas, anónimas hace un par de años, y que hoy publican libros con regularidad y éxito ( y miles que publican sin éxito de ventas), casi siempre asociados a pequeños sellos independientes. De modo que el número de escritores se ha multiplicado, aparentemente, por mil millones. En cada huequito de nuestro país podemos encontrarnos hoy a cientos y cientos de hombres y mujeres, más o menos jóvenes, no solo compartiendo sus pensamientos, poemas, cuentos o microrrelatos, sino publicándolos también en formato libro. Hoy, publicar un libro es tan sencillo como enviar tu manuscrito a las miles de webs que se dedican a ello y en un par de semanas, por un módico precio, tienes tu cajita con 50 ejemplares, o con 100 o con 1.000, los que estés dispuesto a pagar.

PERO ENTONCES, ¿ES ESTO BUENO O MALO? 

Pues temiendo ser tibio y poco comprometido, no creo que sea ni bueno ni malo. Simplemente es el signo de los tiempos. Publicar un libro se ha convertido en "casi" una moda, una tendencia, un objetivo social, el fin en sí mismo al que me refería antes, por lo cual, es comprensible que la demanda haya creado una oferta que la satisfaga. Por otra parte, mucha gente hoy puede publicar su trabajo (yo mismo, para no ir más lejos) gracias a pequeños sellos independientes o a webs de autoedición. Hay algunos casos muy llamativos. Para mí, el caso más paradigmático es el de Javier Castillo, un joven de Málaga que escribió su primera novela durante los trayectos en tren entre su trabajo y su casa. Después de varios rechazos y dilaciones por parte de algunas editoriales, subió su novela a Amazon y se convirtió en un fenómeno editorial. Hoy, las editoriales se parten la cara entre ellas para editarlo. Aquí os dejo un artículo sobre Javier Castillo

El aspecto positivo es la democratización y "desjerarquización" de los ambientes literarios, es decir, montones de personas pueden hoy acceder a publicar sus historias (yo mismo, repito) gracias a este nuevo paradigma cultural y social, lo que supone el pago de una especie de deuda histórica. Asimismo, algunas editoriales pequeñas están corriendo unos riesgos artísticos impensables para las grandes empresas editoriales, demasiado centradas en las fórmulas de éxito. No es inusual encontrar auténticas joyas publicadas en sellos editoriales de ámbito provincial o regional, libros que quizás no lleguen a vender más allá de 300 o 400 ejemplares, pero que atesoran una gran calidad y que sirven a veces de plataforma para "fichar" por editoriales de mayor capacidad mercantil. 

El lado negativo podría ser la sobresaturación del mercado y la profusión de plataformas donde publicar, creando un escenario en el cual miles de personas ya no quieren escribir, sino que buscan, EXIGEN, más bien, publicar. Y, por supuesto, la "confusión", es decir, la imposibilidad de discernir entre lo bueno, lo regular y lo malo, ya que, al parecer, todo lo que se publica DEBE de ser bueno, por el hecho de estar publicado en papel (o en sus versiones electrónicas). Otro aspecto negativo (a mi juicio) es la explosión de jóvenes (y no tan jóvenes) autodenominados "autores" o "escritores" antes incluso de tener una obra más o menos constante. Gente que comparte en sus redes sociales pequeños escritos en prosa poética, predecibles y carentes de profundidad (algunos hay buenos, como en cualquier ámbito). Para estas personas, la autodenominación parece darles las herramientas necesarias para escribir, pero no la paciencia ni la disciplina necesarias para comprometerte el resto de tu vida con una diosa que no quiere amantes, sino esclavos. El extremo sería aquella chica que me dijo: "Me encanta escribir, pero no leo mucho, la verdad". O una persona a la que le sugerí paciencia con su manuscrito, ya que las editoriales tardaban entre 3 y 6 meses en contestarte, si te contestaban, que ya ni eso, a lo que ella replicó: "¿Seis meses? Yo no puedo esperar tanto, tengo que publicar mi novela YA".



En cualquier caso, es este un asunto que requiere de mayor extensión y profundidad analítica que los que podemos ofrecer este humilde blog y yo mismo. Son muchos los factores que influyen en la transformación actual del panorama literario y el mercado editorial. Y cada uno de estos motivos es producto de múltiples fuerzas y tensiones externas e internas, por lo que no tiene una respuesta sencilla. Nosotros solo hemos rascado levemente la superficie del lienzo. Veremos cómo se termina el cuadro en los próximos años.

POSDATA

Hace tiempo se decía medio en broma que, para tener una vida completa, era preciso hacer estas tres cosas: tener un hijo, plantar un  árbol y escribir un libro. En este mundo nuestro del siglo XXI en el que la natalidad se sitúa a niveles paupérrimos y donde apenas quedan ya árboles, parece que lo más fácil es publicar un libro. Así que, parafraseando aquella canción de paco Ibáñez: "A PUBLICAR, A PUBLICAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR"
























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